lunes, 15 de septiembre de 2008

Comercio e industria
El comercio era la actividad principal de la economía de los fenicios. Esta consistía en el intercambio o trueque de mercancías que ellos mismos producían y el transporte de las elaboradas por otros pueblos. Fueron los grandes mercaderes de la antigüedad. La geografía, que propiciaba la instalación de puertos, y la madera de sus bosques les brindaban los elementos básicos para construir barcos y organizar compañías de navegación. Una de ellas fue contratada por el rey persa Darío en el siglo V a. C. También desarrollaron la talasocracia un arte que les permitía controlar comercialmente el mediterráneo. El comercio de la intermediación resultó ámpliamente beneficioso. Consistía en desembarcar mercancías propias en un puerto determinado, y embarcar allí otros productos, después se transportaban a un tercer lugar en donde se repetía la operación y así sucesivamente hasta volver al puerto de partida. El viaje total podía llegar a durar años.
Los fenicios ante todo fueron unos magníficos navegantes. La determinación del Norte por la Osa Menor y no por la Osa Mayor como los griegos, así como el conocimiento de la posición fija de la Estrella Polar les permitió no tener que recalar al atardecer y poder proseguir su viaje incluso en la noche. Los fenicios realizaron algunos viajes prácticamente legendarios como el enviado por el faraón Necao II para circunnavegar África, o el viaje al mítico país de Ophir, encargado por el rey de Israel, Salomón, a su amigo Hiram I de Tiro. Se cuenta incluso que llegaron a la India o Gran Bretaña, algunas fuentes apuntan que pudieron recalar en América, aunque son fuentes sin apenas rigor histórico, aunque sí se está casi seguros de que fueron los descubridores de las islas Canarias, Madeira y las islas Azores, totalmente alejadas de la costa, en el océano Atlántico. Existen muchos defensores de la teoría del “descubrimiento de América” por parte de los fenicios, incluso el mismísimo Cristóbal Colón estaba plenamente convencido de esta posibilidad. La realidad es que, si bien esto no resulta algo absolutamente improbable, ya que algunas de las naves fenicias estaban tan capacitadas para alcanzar las Antillas o las costas de Sudamérica como lo estaban las naves españolas de los conquistadores del siglo XV, no existe hasta la actualidad prueba documental alguna que lo testimonie irrefutablemente.
Al principio los viajes eran puramente mercantiles, tendentes a ofrecer productos de lujo a las élites locales a cambio de materias primas. Con preferencia , aunque no siempre, metales. Ello requería una serie de tanteos exploratorios previos, tras lo cual se establecía un patrón de contacto. Por lo general el navío se aproximaba a una playa y sus tripulantes dejaban extendidas sobre la arena sus mercancías. Después encendían una fogata a modo de aviso y volvían al barco a la espera de la respuesta de los pobladores del lugar. Éstos solían depositar junto a los productos fenicios lo que ofrecían a cambio y se retiraban, a su vez, lejos del lugar. Los fenicios volvían a la playa para verificar si el trueque les convenía. Si era así, tomaban lo aportado por los nativos y se hacían a la mar. En caso contrario, volvían a su bajel, esperando que los naturales incrementaran su oferta. La operación se repetía tantas veces como hiciera falta, hasta que ambas partes quedaban satisfechas. La puesta en práctica de estos procedimientos a lo largo del tiempo solía dar lugar al establecimiento de colonias y factorías.
Los barcos que utilizaban eran construidos con maestría por ellos mismos en enormes astilleros que evidenciaban su poderoso desarrollo en la actividad marítima. Las naves que construían eran de dos tipos: una ligera, de fácil navegación, que llevaban una vela fija de forma cuadrangular, con una propulsión alternativa proporcionada por una doble fila de remeros; otra más grande y pesada, especial para grandes cargas, que era impulsada por dos velas cuadradas, una grande central, y otra menor a proa, ésta última fija, mientras que la grande era movible y permitía el aprovechamiento de vientos de distinta direcciones. Navegaban mayormente de día, normalmente evitando alejarse de las costas y durmiendo en campamentos que armaban en la playa durante la noche.
Si debían internarse en el mar de noche, procuraban orientarse por las estrellas aprovechando los conocimientos astronómicos obtenidos de los caldeos, tomando como referencia la Estrella Polar, denominada en la antigüedad Estrella Fenicia. Su maestría en el arte de la navegación y el desarrollo de su ingeniería naval, les permitía desconocer límites en sus desplazamientos. Según el historiador griego Herodoto —considerado el padre de la historia—, alrededor del año 600 a. C. los fenicios llegaron a realizar la circunnavegación del continente africano, una verdadera hazaña sin precedentes registrados, y que, mirando hacia el futuro, no volvería a realizarse esto, o algo similar, hasta algunos miles de años después.
Las mercancías que obtenían en un territorio, eran llevadas para su comercialización a su propia tierra, y a ciudades y pueblos lejanos donde las apreciaban enormemente y pagaban por ellas enormes sumas. De esta forma, cargaban en Arabia esencias, mirra, oro y exóticas piedras preciosas; en Asiria obtenían porcelanas y delicadas piezas labradas en fino marfil, procedentes de la China, telas de hilo, sedas y algodón; de la India provenían las codiciadas especias, finas maderas y perlas. De la zona del mar Negro y de la actual España, traían caballos, y además de, ésta última y de algunas zonas del mar Egeo, obtenían mármoles con los que saciaban los caprichos de reyes y potentados de todo el mundo conocido, que construían sus viviendas y palacios con el fino material. De Egipto llevaban finas telas de lino y grandes cantidades de cereales, al igual que varios siglos más tarde lo haría el imperio romano al convertir el Egipto prácticamente en el granero imperial. Normalmente, muchas de estas materias primas eran previamente convertidas en productos manufacturados que inundaban todos los mercados y eran enormemente requeridos.
De esta forma, llegaron a alcanzar tal dominio sobre los mares, que ejercían un virtual monopolio sobre las rutas marítimas a lo largo de todos lo mares conocidos, cosa que, obviamente comenzó a despertar la codicia de quienes observaban cómo los fenicios se enriquecían sin pausa. Esta situación los llevó a cuidar con tal celo sus conocimientos sobre rutas e industria marítima y comercial, que ante la mínima posibilidad de ver descubiertos sus secretos, no dudaban en hundir sus propios barcos, o abandonar sus factorías, además de difundir aterradores rumores de monstruos marinos, terribles catástrofes naturales y naufragios, que llegaron incluso a seguir asustando a los marinos de más allá de la Edad Media.
Mediante constantes expediciones en ambas direcciones, se comercializaban los productos, que consistían en materias primas, productos manufacturados en fenicia, y productos de diferentes culturas de lejanas tierras. La manufactura de productos fue adquiriendo una importancia enorme en la economía, creando las clases de la aristocracia industrial y la clase obrera.
La industria, de esta manera fue adquiriendo una importante relación con el arte, el comercio y la actividad marítima. Las factorías y talleres casi no daban abasto para satisfacer la demanda de productos manufacturados que se incrementaba día a día desde todos los confines, y por esto llegaron a alcanzar una producción en alta escala que abarató los costos, aumentando más y más las ingentes ganancias. Todo tipo de productos salían de las fábricas fenicias, especialmente productos de un fino vidrio sumamente transparente que se fabricaba en Sidón, y que superaba en calidad al producido tradicionalmente por Egipto. También se destacaron en la producción de armas, adornos y obras de arte en hierro y bronce, incluso de estatuas y bustos de ídolos de las diferentes religiones que profesaban los diferentes pueblos con los cuales comerciaban; productos suntuosos de joyería, utensilios, vasos y vajilla confeccionados en vidrio, oro, plata y bronce.

Colonias y factorías

Los fenicios navegaron más allá del otro extremo del mar Mediterráneo: el estrecho de Gibraltar.
Durante sus largos viajes debían abastecerse en distintos puntos de su recorrido. Con el tiempo, esos sitios fueron transformándose en establecimientos permanentes, llamados colonias. Los fenicios no conquistaron territorios, como otros pueblos invasores de la antigüedad, sino que fundaban establecimientos en sitios propicios de las costas para abastecerse y como almacenaje. Los marinos comerciantes de la ciudad de Sidón crearon asentamientos-almacenes amurallados, llamados factorías. Existieron numerosos establecimientos de este tipo en las costas del mar Mediterráneo, la costa atlántica y la costa occidental del África. 1) Las concesiones. Éstas se establecían en sectores que les eran asignados dentro de las ciudades, luego de llegar a importantes acuerdos con los monarcas de cada una de ellas. En algunas ciudades llegaron a poseer barrios enteros que se constituían en enormes mercados que aparecían a la vista como barrios de Tiro, Biblos o Sidón. 2) Las colonias eran siempre localizadas en lugares estratégicos de grandes posibilidades comerciales. Una de las primeras construcciones que realizaban era la de los templos.
También se establecieron en las proximidades de algunas ciudades, donde obtenían concesiones, como en la ciudad egipcia de Menfis. Los fenicios preferían establecer sus colonias y factorías en lugares donde el poder socio-político local fuera débil, para que a la hora de capturar esclavos, no hubiera una contestación muy contundente por parte de los nativos. Algunas de estas colonias fueron el origen de importantes ciudades en lugares como Rodas, Creta, Cádiz (en la actual España), Malta y Cartago (en la costa de Túnez, al norte de África), esta última se convirtió posteriormente en un importante enclave que llegó a mantener durante mucho tiempo la hegemonía del mar Mediterráneo.

Anillo fenicio de Casa del Obispo, hallado en Cádiz.
Las factorías fenicias, que consistían en algunos almacenes y casas cerca de algún fondeadero fácil, se esparcían prácticamente por toda la costa mediterránea y sus islas, desde ellos establecían contactos periódicos con las naves de Fenicia y permanentes lazos comerciales con los nativos: desde Gádir, más allá del estrecho de Gibraltar que era la puerta del océano Atlántico, hasta las costas de Asia, y el mar Negro. Los viajes fenicios establecieron nexos perdurables entre el Mediterráneo oriental y el occidental, no solo comerciales, también culturales.
Si bien la geografía de la región era accidentada, los fenicios aprovecharon al máximo las posibilidades del suelo para la explotación agrícola y cultivaron hasta en las laderas de las montañas. Sus bosques del Líbano les permitían la explotación maderera. También elaboraron artesanía, como sus cerámicas —muy difundidas y utilizadas—, objetos de vidrio coloreado, y tejidos de lana teñidos con púrpura de Tiro, o murex, un colorante indeleble que sólo ellos sabían producir y que extraían de un molusco y que terminó dando nombre a como los mismos fenicios se llamaban entre ellos: "kinanu". La forma de elaborar este tinte era extrayendo la glándula hipobranquial del molusco y dejándola secar al Sol en una cacerola con algo de agua de mar, dependiendo de su concentración y descomposición se podían obtener distintos colores. Este proceso generaba olores nauseabundos y los griegos decían que podían distinguir una ciudad fenicia a kilómetros de distancia. Desarrollaron una industria de artículos de lujo muy solicitados en la época y de gran valor comercial, como joyas, perfumes y cosméticos. Una de estas joyas eran los carabos o escarabajos mágicos egipcios, que los fenicios decoraban a su gusto, introduciendo jeroglíficos sin sentido alguno, sólo decorativos.
A pesar de que la fama de los Fenicios proviene fundamentalmente de sus actividades comerciales y colonizadoras a través de sus viajes marítimos, también se destacaron en estas actividades por tierra, mediante el tráfico de caravanas de camellos. Estas extensas filas de animales cargados de preciosas mercancías se dirigían desde las ciudades fenicias hacia oriente, por las rutas de Armenia y hacia el África atravesando el desierto del Sáhara desde la colonia de Cartago.
Con el paso del tiempo comenzaron a colonizar diversos territorios mediante la fundación de colonias permanentes y factorías estratégicamente localizadas. A partir del emplazamiento de estos establecimientos, se intensificó y se organizó la práctica del tráfico de esclavos, lo que les proporcionaba enormes beneficios.

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